domingo, 23 de octubre de 2011

El Pensamiento como Consecuencia

La cabeza de un hombre se compone de varias cosas. Específicamente, de la estructura que lo sostiene como hombre; luego, de aquella otra que lo distingue de los otros y lo ayuda a solventar miles de cosas que suceden a su alrededor, como por ejemplo lo que se conoce como personalidad. Más allá esta la oniria, donde el hombre es víctima de sus propios fantasmas, y luego, la génesis del pensamiento, donde el hombre es amo y señor de todos los demonios que se le antoje.

No es casualidad que un hombre cuente con más demonios a su carga cuando más joven es. La vida de un hombre, como ha quedado demostrado en varias ocasiones, es la perfecta síntesis del ouroboros, o cualquier otra analogía simplista que demuestre que el final es donde parten, parafraseando una pieza musical. Dentro de la medicina moderna se conoce este fenómeno del hombre retornando a sus primeros ciclos de vida durante las últimas décadas de existencia física, y se toman todas las medidas justas y necesarias como dicta la ciencia moderna y occidental para contener al hombre. Pero me estoy yendo de foco, pues no es el hombre en sí lo que me interesa, sino expresar otra clase de cosa.

La génesis del pensamiento o el ejercicio del pensamiento libre tiene su espacio justamente en el lugar donde un hombre pueda escucharse a sí mismo. De esta manera, podemos deducir que cualquier persona que piensa y no piensa está ejerciendo su libertad de acción y su libertad como crítico y hacedor de su realidad solo en los momentos en que no está rodeado de factores que lo distraigan, lo ocupen o, aunque sea, lo muevan por los hilos de la rutina.

La Máquina ha sido diseñada por el hombre, es cierto, pero la máquina ha sido diseñada, como toda creación humana, durante los tiempos en que sus creadores podían ejercer el pensamiento libre, la génesis de todas las cosas que nos rodean y que son producto del hombre. Inclusive puede deducirse que fue astutamente diseñada para evitar el ejercicio del pensamiento libre, o, en la mayoría de los casos, atenuarlo lo suficiente como para que el hombre común, a quien el escritor le habla, no pueda tomarse su tiempo para contemplaciones lo suficientemente importantes. Sin embargo, así como el hombre no es perfecto, la Máquina tampoco lo es; y aunque se ha ido perfeccionando con los años, agregando cachivaches y nuevos engranajes para facilitar la distracción, no logra su objetivo por completo, que es en primer lugar la estructuración del hombre en el molde, y luego, la sumisión y la cooperación, quizá la palabra más importante que determina a la Máquina.

El hombre sin ejercicio del pensamiento libre, habrán observado, no es hombre. El pensamiento libre como génesis de todo lo que un hombre hace o deja de hacer determina que un hombre no puede serlo sin tener su propio espacio. Lo que genera la Máquina, fuera de un alto índice de hombres descontentos, ha sido una buena manera de verse envuelto en un marco social o estructural del que ya no se puede escapar, pues la Máquina también adoptó la forma de Ouroboros y aunque se devore a sí misma, se perfecciona y se ve cada vez mejor, más moderna, cambiando a lo largo del tiempo.

La Máquina ha tenido grandes tropezones, no obstante. El hombre es impredecible, y la Máquina, como buen mecanismo que es, no puede adaptarse a un cambio drástico y repentino. Quizá la mayor lección que haya aprendido ha sido que el hombre necesita su pensamiento libre, el ejercicio del pensamiento crítico y la síntesis de la realidad y la libertad para un pleno desarrollo. Es por esto que la Máquina ha desarrollado miles de artilugios para mantener al hombre ocupado al punto de suprimir en su gran mayoría todos los supuestos intentos de libertad que realmente lo descolocan del molde, dandole en su lugar la fantasía del libre ejercicio cuando solamente lo está realizando dentro del perímetro designado por la Máquina.

Una realidad cruda con la que cualquiera puede toparse resulta bastante cruel, en consecuencia; la verdadera libertad no existe dentro de los perímetros de la Máquina, y la que ha quedado afuera, ya que estamos tan acostumbrados a los entornos de la Máquina, nos resulta horrorosa y demasiado vasta para conocerla del todo. Nos negamos a abrir nuestro pensamiento hacia la libertad, pues estamos demasiado a gusto en los perímetros que nos han sido asignados, y nos conformamos teniendo una vida finita (como todo hombre) dentro de parámetros que nos ayuden a morir con relativa dignidad.

Estas palabras, querido lector, no son sino la síntesis de miles de voces de alerta que otros hombres han enarbolado ya antes como banderas. Orwell es solamente uno de ellos; les invito a que empiecen a enumerar casos de otros que nos han advertido antes, y que han sido tomados como una linda referencia que hay que mirar de lejos.

Este texto también trabaja en función de la Máquina, después de todo; no existe la originalidad en esta clase de pensamiento, ni tampoco otra función que la de la difusión. Y, como siempre, la Máquina vuelve a ganar, pues ha aprendido a lo largo del tiempo que es mejor asimilar que aniquilar.

Querido lector, espero que haya pasado un lindo rato dándole un par de caramelos a su mente. Cierre la puerta al salir y aléjese de la nicotina; no hay máquina que lo salve de eso.

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