miércoles, 19 de octubre de 2011

La Puerta-Pincel (sobre las analogías)

Usualmente los planteos filosóficos no suelen tener realidades físicas comparables, exceptuando unos cuantos casos puntuales contados con los dedos de una araña (y las arañas retroceden ante las manos, llenas de dedos). Más que nada, el filósofo tipo tiene que recurrir constantemente a las analogías, las metáforas y las parábolas para darse a entender, para arrancar del abstracto del esqueleto lógico que se arma en su mente los conceptos que quiere transmitirle al mundo. Es por esto que durante muchísimo tiempo gran parte de los escritos de este tipo se ven plagados de rellenos, adornos y cualquier clase de chucherías con tal de darse a entender, como si la estructura lógica fuera el armazón, el tallo y las espinas que hay en una rosa, y la metáfora, la rosa misma.

Esta analogía, sacando de lado el hecho de que justamente hablamos de este tipo de recurso literario, es de las más simples que se le puede dar a cualquier significación, pero cualquier lector de esta clase de textos encontrarán en estos y otros escritos reflejos de esta clase de muletas simbólicas, dando la errada percepción de que el filósofo es un artista en parte, cuando en realidad, es en parte un artista.

Bukowsky dijo hace ya bastante tiempo que 'un intelectual es una persona que dice algo simple de manera complicada, y un artista es una persona que dice algo complicado de manera simple'. Agarrándonos a esta idea puede saberse que en cierto tipo y cierta clase de textos estos dos antagonistas se concilian, y las hay también en las cuales no existe conciliación posible, especialmente en el período histórico en el que nos encontramos.

Hay que admitir una cosa. Cualquier arte, sea cual fuere este, está dirigido y tiene su génesis en una parte alógica del hombre, parte de su base física animal y su carga sentimental sublevada, a veces, por el uso de la psique. El arte de la palabra no escapa a estos parámetros; lo que se evoca con ello es tanto deleite para la mente como chupete del corazón. Pero como se mencionaba antes, atravesamos un período histórico por el cual el arte ha sido separado de su verdadera mención, o por lo menos, el sentido que el autor tiene respecto al arte; se lo utiliza como si fuera un vehículo de muchas cosas y se prostituye, a veces, al mejor postor; más el arte por el consumismo propio muchas veces carece del verdadero sentido de arte que antaño se le daba. No vamos a ponernos a explicar qué es lo que se ha perdido, pues deberíamos hacer un detallado informe sobre el cambio simbólico en la carga artística, prerrogativa que no nos interesa atender ahora. Sí aclararemos que el arte ha perdido, en general, el carácter humanístico que lo caracterizaba, al darle la mano al sistema monetario de turno.

Por el otro lado, y con ese sentido de arte banalizado y ninguneado, los filósofos de turno cada vez se vuelven más abstractos, teóricos y difíciles de asimilar sin el necesario andamiaje anterior. Son pocos los casos contados hoy día en que las grandes mentes del pensamiento contemporáneo cesan de discutir en su códice pre-pactado para poder hablarle al mundo entero, cuando no se ve realmente que la analogía es la mejor manera de introducirse en cualquier mente. Todo esto viene de parte del andamiaje previo que cualquier hombre tiene, trae y consigue en su propia persona. De esta manera, se podría lograr destruír un poco el abstracto para poder conseguir el consenso común a través del arte de la palabra en su forma más esencial: la analogía.

Hay un detalle que, igualmente, perturba al lector y al autor al mismo tiempo. La previa analogía de la Rosa nos hace pensar que solamente los pétalos de la rosa en sí (el arte) es lo que llama la atención y hace a la Rosa una Rosa, mientras que la estructura que la sostiene (el andamiaje lógico abstracto) es poco notado, o innecesario. Puede discutirse sobre esta analogía miles de puntos de vista, pero el que preocupa es el hecho de que una rosa no puede ser rosa sin pétalos, ni sin tallo, ni sin espinas, ni tampoco sin hojas. Para vivir, una Rosa debe tener todos estos elementos consigo.

La deducción más próxima es, entonces, que un hombre no puede ser hombre sin tener su carga artística y su andamiaje lógico consigo. Pero esto es una deducción de segunda mano de una analogía, así que tómenla como de quien viene.

Querido lector, una vez más muchísimas gracias por su lectura. Lo despido advirtiéndole una vez más que se aleje de la Nicotina. Nos leemos al rato.

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