miércoles, 15 de febrero de 2012

El Colectivo Imposible

Me reía yo de varias cuestiones por esos días; principalmente, de la facilitación y la ilusión de poder, unidas y organización que dan las redes sociales, además de la cantidad de libertades que se pueden poner en el medio, o mejor dicho, sentir a medias. Pero, por el otro lado, de una cuestión un poco más retrógrada y que arrojaba resultados que no me agradaban del todo: la hipocresía en la rajadura de vestiduras que se veía por todos lados.

Una o dos situaciones en un principio, tres o cuatro regulares y más tarde, verdaderas cadenas de odio parapsicológico que no cesaba de encontrar raíz en las personas más inesperadas. Cualquiera esgrimía una hermosa argumentación fundada en uno de los sentimientos más fuertes y estúpidos que posee cualquier ser humano: el odio. Y lo trístemente cómico era que era aprobado y aplaudido por muchos, criticado por muy pocos.

Hace relativamente poco tuve un encontronazo respecto a un caso particular, en el que se preponderaba la salud de los animales por sobre la de los seres humanos, y argumentaciones "de salón", como los chistes, la charla de un ascensor o de un taxista, eran las tarjetas que relucían en las manos de mis interlocutores. Mediocres apelaciones a la tristeza, la compasión y el hambre de sentirse bien con uno mismo. Y, obviamente y con la polarización mediática que se vive por estas latitudes en el día a día, se creaba el aislacionismo de que, si no coincidís con ellos, estás en contra de ellos.

Hoy prefiero reflexionar un poco conmigo mismo y con la gente que me es allegada para intentar no analizar, sino vislumbrar un par de resultados de las llamadas redes sociales, aquellos mandobles de la mente que nos fueron dados de arriba y nunca nadie se preocupó en preguntar porqué o cómo. Como la televisión, la radio, los teléfonos celulares, las noticias, los programas de chimentos y los libros de cocina, la máquina tenía preparado un nuevo producto y nos fuimos raudos a recibirlo; mamamos de la así llamada "revolución tecnológica y comunicacional", y nos adaptamos a un punto tan alto, que no nos dimos cuenta que entregamos parte de nuestra tan querida dependencia a ellos. Quizá lo más peligroso de este proceso es que pase inadvertido.

Hay un par de factores que se repiten a lo largo de las redes sociales y fomentan este fenómeno. Primeramente, la privacidad que da el hecho de comunicarse a través de un determinado medio (instantáneo o no) con la mediación de un cierto código (aprendido o no, lo hermoso es que los códigos suelen combinarse para formar otros nuevos), lejos de la gente que tiene que leernos, que vernos, que percibirnos. La lejanía y la falta de presencia humana da esa libertad, porque ante la ausencia física de interlocutor obviamos miles de señas que nos inhibirían sin dudarlo al estar ahí; comunicación no verbal entre otros. Esto es excelente a la hora de destruír inhibiciones y preconceptos que a esta hora en la historia de la humanidad no tienen gollete ni cabida, pero que sin embargo se siguen utilizando; lo malo es cuando la falta de inhibiciones nos libra de todo freno. Ahí se da el proceso más terrorífico de todos: la automatización.

Es sencillo y a la vez macabro, en cierta manera. Durante todos estos años que venimos mamando las redes sociales (con la metáfora que quieran asignarle a mamar), nos van metiendo de a poco y sin querer la base de cualquier red social: el hecho de compartir. Compartimos cosas que nos hacen reír, que nos hacen querer, que nos hacen sentir; en síntesis, cosas que generan una respuesta positiva en nosotros (en el sentido que nos da ganas de actuar en consecuencia), y buscamos generar algo similar en el otro. En algún punto del proceso, el click para compartir se automatiza y terminamos llenando nuestros perfiles (cualquier red social tiene perfil, por mínimo que sea) en un reflejo distorsionado o incompleto de la realidad; y lo peor, quizás equivocado. No hay ningún problema en la difusión en sí; la ilusión de libertad de acción es una de las cosas más bellas y cotillonescas que tiene cualquier red social. El problema es la muerte del debate y la reflexión que se hace ahí.

Como pasa esto? Así; uno hace un planteo, le pone una imágen que impacte y lo comparte. La gente lo ve, coincide con el discurso de su contacto y, sin chistar, lo comparte. El reguero de pólvora parece evidente; cual bomba H, destruye átomos de pensamiento independiente, crítico o, simplemente, original. Y así, a treinta años de la invención de la fotocopiadora, aprendimos también a fotocopiar ideas y colgarlas en las paredes de la cabeza, probablemente sin haberla leído del todo. Simplemente tenía un perro contento en la foto y el epigrafe era algo similar a un aforismo; nos gustó, lo fotocopiamos y lo pegamos.

Porqué se da esto? Primero, los usuarios no le dan la importancia cabal a las redes sociales porque, por muy difícil que parezca, todavía les parece algo "nuevo, bonito y pelotudo". No le dan importancia y entonces, como cualquier cosa que no tiene importancia, no lo toman en serio. Dan y reciben opiniones de las cosas más intransigentes del mundo y se dan un espacio de mimos propios, compartiendo en fotos y reportes casi de bitácora de su vida; "Roberto Carlos está preparándose para el viernes", a doscientas setenta personas les gusta esto. Y en vez de publicar su mente y hacer de la red social un excelente taller de pensamiento crítico, como podría ser, se transforma en una fotocopiadora más que más, una máquina de imprimir lo que la popularidad quiere y nada más.

Es un lindo invento la democracia, pero significa la muerte de las minorías irrevocablemente; porque el respeto sin respaldo es como sonreírle a un limosnero pero no darle de comer. Si, está todo bien, no hay problema que existan; pero si querés jugar el juego del país, de la comunidad o del mundo, hay ciertos códigos que vas a tener que adoptar. Y recaemos en el viejo prejuicio de siempre; cortate el pelo, afeitate, vestite bien, parate bien, hablá bien. Todo "bien". Es catastróficamente plausible en un siglo de tanto progreso humanitario que se respete pero no se respalde a todo el mundo.

Claro, salta ahora la pregunta de siempre, respecto a que si se critica, se tendría que dar una opción más; pero fuera de opinar por la opción del respaldo igualitario, no tengo otra cosa, sinceramente.

Fuera de basarse en la idea democrática y la burlona farsa del progreso, las redes sociales imprimen en sus usuarios el pensamiento de muchos, que en realidad es la opinión de un puñado. Gracias al milagro de la fotocopiadora mental, existen opiniones huecas, vacías, cuestiones o actitudes de vida que simplemente, como en cualquier computadora, fueron copiadas y pegadas de un usuario a otro. Quizá me equivoque y estemos marchando hacia un nuevo prototipo de hombre, pero yo, hombre nacido en el siglo XX, no puedo quitarme de la cabeza el proceso de adoctrinamiento y pensamiento hueco que imprimen las redes sociales. Si no creen en el adoctrinamiento, préstenle atención a un detalle boludo pero alarmante; todas las opciones en cualquier red social están escritas en imperativo. No sugieren, no dan libertad o márgen libre a lo que se quisiera hacer; el proceso se respeta a rajatabla, y nos procesan la cabeza como una res en un matadero.

Quisiera cerrar este texto con dos reflexiones más. Una, aclarando el detalle del título de este artículo, declamando que en realidad estaba apuntada a la imposibilidad de la colectividad humana desde el momento en que la individualidad es un peñón inquebrantable que todos tenemos; y que cada uno barre para su casa, la de su familia o la de su ideología es algo que pocos podrán negarme. En mayor o menor medida, todo hombre nace y es educado para barrer para adentro, jamás hacia afuera. El orgullo pelotudo y la hipocresía están a la orden del día en cualquier red social, por mediática que sea; todas, en mayor o menor orden, muestran como síntoma a una humanidad hastiada hasta el hartazgo de su propia viralidad, de lo molesto que es convivir en un mismo planeta con otros seres humanos y de que, en realidad, el mundo sería un lugar hermosísimo si ellos pudieran hacerlo su mundo, y no tener que compartirlo con nadie ni con nada, exceptuando lo que ellos quieran. Esta es otra gracia de estas (tan criticadas por mí) redes sociales, que al darnos un espacio de expresión y la ilusión de libertad plena (de opinión y de acción) nos meten otra sensación, que es la sensación de poder, por mínima que sea; y el poder es un parásito que nunca cesa de comer.

Por el otro lado, y respecto al tema de restarle importancia al otro y fotocopiar pelotudeces, un interlocutor me decía, más o menos en estas palabras: "Los verdaderos Revolucionarios son aquellos que, sabiendo que se ha cometido un hecho atroz en cualquier lugar del mundo hacia una persona, puede sentirlo como si se lo hubieran hecho a él, y actuar en consecuencia"

Yo reflexiono que realmente es triste pensar que los revolucionarios son hombres que no son considerados hombres, son Hombres con H mayúscula porque han ganado, en ese proceso que ellos llaman revolución, la sentimentalidad y la empatía suficiente como para generar el respeto y el respaldo necesario a cualquiera, sin discriminación. Y es triste, porque el hombre, el humano o la persona mediocre y común de hoy día está educado para barrer para adentro.

Lector, antes de poner las barbas en remojo le recomendaría utilizar un método para dilucidar (y, en muy raro caso, concientizar) a su interlocutor, ofendido hasta el túetano tras rajarse las vestiduras ante cualquier hecho pelotudo. Escuche pacientemente su opinión y luego pregunta, tranquilamente, de dónde sacó esa opinión.

"Muy linda esa opinión, a quién se la escuchaste?"

La fotocopia del pensamiento se va a revelar tranquilamente ante la imposibilidad de la justificación lógica de un argumento, una fuente o un concepto. La falta de autenticidad puede ser subvencionada por google, pero gracias a los Dioses google todavía no tiene inteligencia propia, y por lo tanto, no es capaz de emular una conversación humana.

Les recomiendo alejarse de la nicotina y, si pueden y no les molesta, empezar a usar cabalmente y con plena responsabilidad sus redes sociales. Es un proceso y una decisión que cada uno tiene que adoptar; seguir fotocopiando el pensamiento crítico, o transformarse en un hombre que genere su mundo y sus opiniones.

Un abrazo

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