lunes, 30 de julio de 2012

Los Autómatas de Schrümann

Entre todos los científicos y pseudo-hombres de ciencia (si, pseudo-hombres) que recorrían la frenética ciudad de Viena en aquellos años grises de la iluminación, es imposible no destacar la figura de Otto Schrümann, austríaco de pura cepa que fracasó tan rotundamente que nunca nadie lo notó siquiera. También era un habitué de las reuniones con otras cabezas rotas como la suya, siendo Ludovico Puentelenco uno de sus más íntimos amigos (y un ejemplo viviente de que tan errada era su capacidad para apostar al éxito).

Otto Schrümann, como tantos otros en aquella época, se encontraba fascinado por el estresante mundo de la ciencia. La máquina de vapor le había despertado, de muy chico, un canario que no se callaría jamás y que cantaría toda su vida en su cabeza. Estudió, como era debido para alguien de su altura social y su apoltronada familia, las grandes ramas de la ciencia; biología, zoología, hidráulica, mecánica aplicada, física, química. Nada se escapaba a los abultados mofletes del pobre Otto, pero había algo que le atraía más que ningún otro campo, y era el de los autómatas.

Otto se fascinaba al ver a aquellos seres que se asemejaban tanto al hombre pero que, sin embargo, eran inequívocamente máquinas. Sus funciones eran limitadas, y jamás podrían compararse a la maestría que podían alcanzar los hombres, era cierto; pero la funcionalidad y la posibilidad de trascender la falencia básica del hombre le ensimismaba en un concepto sobre el que solamente giraba él; la incapacidad del hombre de sobrevivir el paso del tiempo. Donde el hombre perecería, el autómata permanecería. Otto pasaba grandes espacios de su vida (madrugadas, más que nada) imaginando una tierra sin hombres, con los autómatas como únicos supervivientes, y le irritaba terriblemente que el legado del hombre fuese algo tan simple como un siervo que traería bebidas para nadie, o un ave que cantaría para nadie. El sentido de la estética y la necesidad de frivolidad de su contexto social le molestaba.

No por eso Otto era estúpido. Sabía que sus proyectos costarían muchísimo, y si bien su adinerada familia podía respaldarlo, necesitaría a la larga el respaldo de los gordinflones banqueros y de ese estrato social ya asentado, la burguesía. Así que Otto se puso a trabajar en un proyecto estúpido, pero carente de lo que él consideraba alma; un mono que podía bailar trece bailes diferentes.

Conseguir que el cobre se aligerara lo suficiente como para permitir al pobre mono moverse con soltura sin perder la integridad fue difícil, pero tras muchos meses de trabajo, Otto lo consiguió. Por ese entonces fue cuando descubrió una verdadera pepa de oro, al darse cuenta que todos los autómatas eran construídos en base a pura mecánica, durísima y llena de lógica más no de ingenio. Otto creía que el error trascendental, para cambiar el concepto que de los autómatas tenía la gente, era crear uno en base a una simple función, no dándole al pobre ente nada de entendimiento. El mito judío del Golem le persiguió en pesadillas durante muchos años hasta que inventó el alambre de plata, un simple artefacto en el que se podía grabar una sola palaba a fuego para que el autómata la siguiera a la perfección, con una inteligencia casi humana (saltándose el vacío del Golem).

Así, Otto grabó sobre el alambre de plata de su mono de cobre (al que había bautizado Jerome) la palabra "diversión", pues era su firme creencia que los mejores artistas son los que se divierten. La noche de la presentación de Jerome, sin embargo, logró defraudarse a sí mismo, mientras se creaba una reputación bastante mala. Jerome solamente rió con risa muda (pues no tenía la capacidad de hablar, más sí de ver) ante la gente que tenía delante, pues le causó muchísima gracia la cantidad de peluquines, vestidos y trajes ridículos, monóculos y demáses artilugios que esos hombres llevaban consigo.

El bochorno fue tremendo, y Otto desarmó a Jerome con una gran tristeza en el alma justo antes de que saltara sobre una regordeta dama de caridad, que llevaba una peluca horrible de altura descomunal.

Pero como todo enajenado en lo que realmente ama, Otto no se rindió. Creyó que la mejor manera de demostrar su punto de vista y sus autómatas era crear un limosnero, que pidiera plata para causas caritativas o para el gobierno, cualquiera fuera la causa. Este autómata era un hombre delgado, también de cobre, sin voz y de unos dos metros que recorría toda la ciudad con un traje donde tenía grabada la leyenda respecto a la donación. Otto había alargado el alambre de plata hasta poder grabarle las palabras "la caridad es la prioridad" a su limosnero de cobre (al que había bautizado Herbert). Un ingenioso sistema guardaba todo el dinero recaudado en su tórax, y pronto se hizo muy popular y casi usual ver al autómata de Herr Schrümann pasear por las calles, pidiendo donaciones.

Otto pensó que había triunfado, pero se defraudó cuando le informaron que en las lejanas Españas ya existía uno muy parecido que, para colmo de males, era menos costoso al ser de madera. La inteligencia de sus autómatas quedaba vedada al ser comparados a máquinas, y más aún, algunos se quejaban de que insistía demasiado con las donaciones, y que pedía donaciones incluso a aquellos para los cuales recaudaba dinero (después de todo, la caridad era su prioridad). Herbert terminó sus días de la manera mas apabullante; fue destruído por bandidos, una de las noches en que recorría el barrio de los prostíbulos, que lo venían vigilando desde hacía tiempo y sabían que el autómata llevaba bastante dinero en su torso. La chatarra que quedó fue despachada a Her Schrümann casi con alivio.

Otto en cambio volvió a la forja y bastante enojado forjó un segundo Herbert, al que llamó Erste, de hierro. Como caminaba con un bastón del mismo material (para poder soportar todo su peso, además) la gente lo bautizó como "el desvergonzado bastonero", algo a lo que Otto hizo caso omiso. Creyó que la breve extensión del alambre de plata era todavía el problema, y logró transformarlo en una pequeña placa de plata, que todavía funcionaba como directora de todas las funciones del autómata, donde grabó "se bueno, sé respetuoso, acepta los "no"; La caridad es la prioridad, pero no has de dejarte robar".

Erste rompió tantas costillas de bandidos a bastonazos que pronto se hizo mejor policía que limosnero. Lo peor fue cuando le quebró una pierna a un policía que intentaba reponer una moneda que se le había caído; el episodio fue grabado en varios titulares, cuando todo un pelotón de policías no bastó para poder detener al autómata. La vergüenza que cayó sobre el apellido Schrümann fue tal, que Otto creyó no poder reponerse jamás de todo aquello y estuvo a punto de quemar todo su laboratorio. Pero, para su sorpresa, altos funcionarios del ejército querían sus servicios. Pensaban que si todo un pelotón de policías bien entrenados había sido necesario para detener un solo autómata, ¿que sucedería con un pelotón de autómatas? Con las guerras tronando por toda europa, la nación que tuviera a Otto Schrümann a su favor no tendría nada que temer.

A Otto le desagradaban en grado sumo las guerras, y le parecía un asco verse involucrado en todo aquello. Así que se auto-saboteó diseñando un autómata prototípico, de un metro y medio de alto y hecho con varias aleaciones diferentes, para presentarlo a sus nuevos patrones.

El prototipo llevaba el nombre de Zeppelin (en honor a una buena familia eslava) y funcionaba como una bomba con piernas; todo su torso era una bomba a base de glicerina, que se activaba con un simple detonador que el autómata apretaba en el momento correcto. Sobre la placa de plata, Otto había grabado las palabras "edificios, soldados, máquinas de matar; todo eso es tu destino. No detenerse jamás, la vida por la patria". Durante la demostración el prototipo hizo un excelente trabajo destruyendo el objetivo demarcado, pero era defectuoso en una sola parte; el costo. De por sí, las bombas a base de glicerina no solo eran inestables, sino también muy costosas; además, las aleaciones necesarias para ensamblar aquel prototipo (que, después de la demostración, no existía más), dándole la capacidad de carga al mismo tiempo que la velocidad en la carrera era costosa y dificultosa. Ante una guerra inminente, sería imposible fabricar más que una veintena antes del primer ataque, y no sería suficiente.

Las autoridades lo desecharon como "un pobre estúpido sin visión de futuro" y lo dejaron en respetuoso silencio. Por ese entonces, Otto, que se había hundido en la vergüenza a propósito para no transformarse en otro Nóbel, estaba más frustrado e irritado que nunca. Así que planificó y se dedicó íntegramente a un único autómata, para el cual también agrandó la placa de plata a una plancha, para poder escribir instrucciones más precisas, dando mucho menos márgen de error.

Tras veinte años de labor, llegaba la hora de ver si realmente había fracasado en su vida o no. El autómata (al que llamaba Wendy de cariño) había sido diseñado como el perfecto mayordomo, siervo o esclavo; apto para todas las tareas imaginables, un ente gentil que obedecería con el menor chistido. Las palabras en la plancha de plata que dotaba de inteligencia y razón al autómata eran: "Servir al hombre, respetar absolutamente todas sus obras, proteger la vida en todas sus formas y respetarse a uno mismo. No realizar jamás ninguna acción que pueda causar desagrado o molestia a ningún otro ser viviente".

Otto activó a Wendy, su fruto laborioso más arduo, y esperó. Wendy no se levantó, no le miró, no hizo nada.
Absolutamente nada.

Otto, ya retirado por ese entonces, hablaba con Ludovico Puentelenco, años más tarde, y se refería a Wendy como a "ese pedazo de chatarra que jamás me animé a desarmar, por miedo a que me sorprenda antes de morir".

-Eres cruel, Otto- decía Ludovico -Cruel contigo mismo.-
-Es que trabajé tanto en él, Ludovico- dijo el viejo Otto por ese entonces -Tantísimo. pensé durante noches enteras en todas las funciones, todos los silogismos lógicos, toda la mecánica aplicada. Tendría que ser el hombre perfecto, un hombre de hierro a disposición de sus hermanos hombres. Y sin embargo, es una pila de metal inerte-
-¿No ha fallado nada?-
-No, no- dijo Otto, agitando su brandy -Lo he revisado centenares de veces. Funcionar, funciona, pero no hace absolutamente nada-
-Quizás le tendrías que haber dado una voz a tus autómatas- arrojó entonces Ludovico -Quizás de esa manera podrías cuestionarlos, o ellos podrían expresarte de una buena manera qué es lo que sucede-
-Es imposible. De todas las herramientas del hombre, de todas las funcionalidades y todos los órganos del cuerpo humano, aquel que jamás pude reproducir bien del todo es el aparato fonador. Cuando pude hacerlos hablar, no hablaron. No lo sé- dijo, bebiéndose su brandy de un solo trago -Supongo que es cierto, entonces. Los autómatas son de pésima calidad porque duran; los hombres son excelentes porque mueren. Y nada ha de poder quebrar este principio universal-
-Yo sigo pensando que eres un genio, Otto- dijo Ludovico, alentándolo -Los genios pocas veces son entendidos por la gente que los rodea-

Y en cierta medida, tenía razón. Cuando Otto murió, todos sus planos sin patentar fueron utilizados como abono para granjas, y la genialidad del alambre/placa/plancha de plata (una superficie que infundaba raciocinio a objetos inanimados con simples palabras grabadas), su verdadera obra maestra, se perdió en el olvido.

Pues Wendy funcionaba, y funcionaba tan, pero tan bien, que se dio cuenta cuando despertó por primera vez que la única manera que tenía de respetar a su plancha de plata
("No realizar jamás ninguna acción que pueda causar desagrado o molestia a ningún otro ser viviente") era, precisamente, no haciendo absolutamente nada

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