sábado, 18 de agosto de 2012

Arbalester

Arbalester
Variant of arbalest
noun
a medieval crossbow consisting of a steel bow set crosswise in a wooden shaft with a mechanism to bend the bow: it propelled arrows, balls, or stones
 
 
 
 
Sredni Vashtar se llamaba un muñeco de madera que tenía de pequeño, más que nada porque tras leer el relato homónimo no me quedaba más que llamarlo así. Era un muñeco mudo, con solamente tres articulaciones, que no servía absolutamente para nada. Como todo juguete, supongo.
 
Años más tarde recordaba a Sredni Vashtar mientras contemplaba la majestad del océano por las noches. Tenía una rara afinidad con el mar por ese entonces; solía, sin saber bien porqué, fumar hasta tarde y disfrutar una buena copa; más tarde, cuando la luna estaba en lo alto, caminaba por la orilla de Teneklen, la ciudad donde estaba radicado, y disfrutaba del oleaje y de las caras plateadas que la luz dibujaba en la arena. Evitaba la gente y el sentimiento parecía ser recíproco; un hombre de edad desconocida, con un pelo relativamente despeinado, trajeado y descalzo, caminando por la playa y fumando muy probablemente no fuera la visión más confiable de aquel paraje. Teneklen era una ciudad con alma de pueblo y al pueblo le gustaba el chismorrerío; así, me hice de una reputación con el tiempo que me permitió vivir en una relativa soledad que me placía. 

Recordaba el muñeco porque me recordaba a mí mismo, en ese entonces. Tras haberme retirado pronto del Servicio, con solo cuarenta y cuatro años, debido a una dolencia pulmonar que trataba inútilmente de combatir con el cigarrillo, no tenía otra cosa que hacer más que quedarme parado en el lugar donde estaba. Igual que Sredni. Igual que un muñeco de madera que solo podía mover los brazos para fumar y la cabeza para mirar el mar.

No quedaba demasiado del viejo mí, a decir verdad. El primer yo, el primigenio, era un muchacho saludable con una novia rubia que lo esperaba en su ciudad para cuando volviera de la guerra. Pero el yo primario volvió de la guerra con varias cicatrices sin sanar y se encontró con una mujer que ya no era su novia, casada con un gerente de una forrajería, tres hijos y una hipoteca galopante. La novia deseada durante años se hacía humo ante las narices.

Tampoco mis padres me esperaban. Mi padre había muerto de un ataque al corazón estando yo en la guerra; con la molestia de las comunicaciones, era común que las cartas y las notificaciones oficiales se perdieran entre trincheras. A mi madre, por el otro lado, la devoraba lentamente la demencia senil, mientras hablaba con las piedras del jardín y les daba nombre a hombres que jamás se detenían a conversar con ella.

Así que así estaba yo, con una pensión para morirme de hambre en cualquier lugar del mundo que deseara, sin familia y sin amigos. Y la soledad era un traje que me ponía cada noche para caminar la playa, y medio que me gustaba. Me gustaba estar solo y que nadie me jodiera la vida; ya suficiente estorbo había sido tener que readaptarse a la marejada cambiada que me había dejado una larga ausencia. Nada de Penélopes destejiendo su trabajo por las noches para mí; nada de sacrificar un cordero para festejar mi regreso. Solo una tumba fría, la molestia de la traición y la desazón de una mente desvariante.

Fue en los días de caminata, mientras intentaba ubicar a mi madre en algún lugar estable para que se marchitase en paz, cuando me hablaron de aquel viejo lugar, el asilo de Pennywise Creek. Allí, decían, había un cuarto embrujado en el que los viejos dementes hallaban la paz de la muerte, conversando su último aliento con algún pariente querido. Algunos oían a su pareja, otros a sus padres, otros a Dios o a un Angel. La cosa es que había un cuarto en especial (el cuarto de la izquierda, en la planta baja) que nadie usaba, excepto por pedido especial. El personal del asilo parecía reacio a creer en mitos y leyendas urbanas, pero tratándose de Teneklen y habiendo una tradición oral tan arraigada ahí, preferían seguirle la corriente a la gente y dejarles seguir. Cada tanto caía alguno con algún demente que pasaba un tiempo en ese cuarto y después dejaba la estancia en una bolsa de plástico negra.

Pensé en llevar ahí a mi madre; pero todavía me molestaba el hecho de tener que apoyarme en un mito local para deshacerme de esa vieja, que ya no era mi progrenitora sino una cáscara llena de avestruces que peleaban por salir. Uno termina acostumbrandose a todo; inclusive al peso de un arma metálica, y al frío del metal en la mano. Una de las lecciones que me había dejado la guerra era que sentir el peso del arma era una señal de que estabas descuidado; entonces, caminando por la playa y dándome cuenta que el arma me pesaba me di cuenta de que estaba descuidando a mi vida y a mi madre.

Por ese entonces me lo encontré, también en la playa. Un niño solo, totalmente solo a esas horas tan altas de la noche y en esos parajes también levanta sospechas. Me acerqué casi sin querer y le hice un par de preguntas, pero pareció reacio a contestar. Era serio y en sus ojos bailaba el cinismo. Finalmente me empezó a contestar secamente. Se llamaba Hamilton Gutierrez, aunque no tenía ni un poco de tez trigueña y el nombre sonaba inventado, y estaba allí estudiando el efecto de la luna sobre la marea.

Yo llevaba mi arma reglamentaria y justamente esa noche había decidido dejar la tierra en aquella playa, de un tiro. Pero algo absurdamente papal en mí decía que no podía regalarle un cadáver en una playa a un niño, y mucho menos un arma de fuego. Así que decidí fumarme la vida y los cigarrillos junto a aquel niño vestido de gris que parecía una estatua de arena junto a la lomada donde estábamos. Me pasé los dedos por los cabellos encanecidos, mojados por el rocío del mar; ese niño me ponía nervioso y no sabía porqué.

-¿Te gusta la música?-
-Pues claro que sí-
-Stravinsky. A mí me gusta Stravinsky-
-No soporto la música clásica-
-Y qué me importa. A mí me gusta Stravinsky-
-A mí me gusta estar solo y no por eso te mandé al carajo-
-Eso es porque te importa. A mí me importa un bledo-

El niño era formidable en el diálogo. Cortante, secante. Casi un estupro. Me secaba los ojos hablar mucho con él, porque me obligaba a fumar y a que me doliera con agudeza el pecho durante muchas horas. Finalmente me iba, yo siempre antes que él, y lo dejaba solo, con los ojos grises fijos en el mar. 

Pronto los encuentros fueron repetitivos, y sin darle mucha importancia una de esas noches me di cuenta que aquel niño me había robado el suicidio porque no me cedía ni una sola noche la soledad de la playa. Así que comencé a aburrirlo con relatos, lo cual no surtió el más mínimo efecto. Hamilton parecía una roca más que contestaba con sequedad a todas mis interjecciones.

-Una vez, en Tairobi, tuve la oportunidad de disparar un Flak-
-Supongo que te sentirás orgulloso-
-No orgulloso, pero sí me sentí feliz aquel día-
-La gente se alegra por las cosas más estúpidas-
-Como tú contemplando el mar-
-Exacto-

El niño era inapelable. Todo en él rezaba adultez, y sin embargo pronto supe que vivía con su padre, que era escritor, en una casa cerca de la playa. Que odiaba a su padre y se aburría enormemente era algo adivinable; que el Niño no era un Niño era ya una sospecha. Casi por cansancio, desgaste u horadación, terminé conversando con él respecto al problema de mi madre, de ese cuarto supuestamente embrujado y de la demencia que devoraba a gajos el cerebro de la pobre vieja.

-Una cosa fea, la demencia-
-Como las palomas en un día de otoño-
-No, no. La demencia es horrible; te quita lo mejor que puedes tener en toda tu vida-
-Las palomas son inútiles, y encima te cagan-
-No puedes estar comparando seriamente a las palomas con la demencia-
-No puedes comparar seriamente a la demencia con nada-
-¿Entonces no estás hablándome seriamente?-
-¿Las palomas te parecen un asunto serio?-
-No más que la marea lunar, he de decir-
-Estupidez espontánea-
-Tú lo has dicho-

Pasó el tiempo, seguí hablando con mi pequeño amigo con el que, sin darme cuenta tampoco, a veces me divertía. De repente sobresalía algún tope, pero nada lo suficientemente serio como para molestarnos. Por aquel entonces también visité el cuarto donde, ya lo había decidido, encerraría a mi madre. Lo visité varias veces y durante varias horas, y pedí siempre estar solo. Al fin, una noche donde no había luna y no valía la pena ir a la playa, empecé a escuchar algo. Como un fonógrafo al revés. Como un disco rayado y reproducido demasiado lento, una voz que parecía humana hablaba en sílabas extrañas de manera muy lenta. Como al cabo de un rato no entendía absolutamente nada, me fui a dormir a mi casa.

Obviamente, ese fue el tema del debate en la próxima luna con Hamilton. El niño parecía totalmente desinteresado en el tema, hasta que le mencioné la posibilidad de que fuera. Tenía curiosidad por saber qué oiría él allí dentro, un niño tan extraño e inmóvil como la playa al que solo veía de noche.

-¿Crees en fantasmas?-
-Los fantasmas son para gente aburrida o estúpida-
-Es lo mismo que pienso yo-
-Pero sin embargo oíste algo-
-Puede haber sido una enfermera con un fonógrafo detrás de la puerta-
-¿A esas horas de la noche?-
-Las enfermeras son aburridas y estúpidas-

Una noche, logré introducirlo en el asilo. Ya me reconocían por mi interés en la habitación y aduje que el niño era un pariente lejano del que tenía que cuidar por un tiempo. Al fin, con una larguísima espera que Hamilton pareció pasar sin protesta alguna, pude introducirlo dentro. Quedé oyendo detrás de la puerta hasta que caí dormido y me despertaron, horas después, tirones de la manga de mi saco. Habían pasado tres horas y el niño yacía, pálido, frente a mí, con la misma seriedad de mármol de siempre.

-¿Oíste algo?-
-Pues claro, en ese cuarto hay una voz-
-¿Y qué te dijo? ¿Cómo era?-
-Aburrida y estúpida-
-¿Qué?-
-Es muy sencillo. En ese cuarto hay una voz que está podrida de estar ahí y de hablar siempre con dementes. Así que habla pelotudeces e imita sonidos para divertirse. Ya se dio cuenta que no va a salir de ahí dentro y que a lo único que le tiene que tener miedo es al aburrimiento. Así que se divierte boludeando viejos locos que la gente le entrega en bandeja de plata. Y algunos boludos como vos también, de vez en cuando-
-¿Me estás diciendo que ahí dentro hay un puto fantasma?-
-Un fantasma no, solamente una voz. Los fantasmas no hablan tanto ni son tan inteligentes como esta voz-
-¿Pero qué diablos es?-
-Una voz en un cuarto-
 
Y así dio por finalizada la conversación Hamilton. Lo acompañé por primera vez hasta su casa y luego me fui a dormir a la mía, entrado el día. Solamente cuando desperté me di cuenta de que me había perdido la oportunidad de mi vida para pegarme un tiro en la playa aquella noche. Esa misma noche, el Niño esperaba, muy paciente, en el mismo lugar de siempre.
 
-Es extraño-
-¿Qué es extraño?-
-La voz en el cuarto-
-¿Porqué? Es una voz en un cuarto. No es difícil de entender, realmente-
-Pero ¿De dónde sale, qué la produce? ¿Hay alguna mente detrás de esa voz o es solo una alucinación colectiva?-
-Es solamente una puta voz en un puto cuarto. Nada más. Hay cosas mucho más difíciles de entender, realmente-
-Me sigue resultando extraño-
 
Solo entonces me miró a los ojos, directamente a los ojos.
 
-¿Qué es un fantasma?-
-¿Un muerto que no sabe que está muerto?-
-¿Y cómo sabes que no soy yo un fantasma?-
-¿Y cómo sabes que no lo soy yo?-
-Porque los fantasmas no buscan un lugar solitario para pegarse un tiro-
-¿Acaso a los fantasmas les gusta el efecto de la luna en las mareas?-
-Quizás sí, quizás no. Quizás solamente estoy aquí para joderte la vida-
-Maldito seas, Hamilton-
-No me gustaría tener que soportarte muerto aquí, quejándote peor que ahora por todas las estupideces que no me estás diciendo. Mi padre se va a quedar un buen tiempo aquí, lo cual significa que yo voy a seguir viniendo aquí para evitar tener tu fantasma suicida contándome imbecilidades-
-¿Y si solo me transformara en una voz en la playa?-
-Serías aún peor, y no serías una voz. Las voces no son fantasmas. Además, ¿quien te dice que solamente vienes las noches de luna, pues las de la luna nueva son los aniversarios de un suicidio que cometiste hace años y no recuerdas de tan viejo que eres?-
-Eso es una pelotudez-
-Exacto. Como tu idea del suicidio-
 
Terminé odiando al niño y ausentándome de la playa durante una semana, cuando me percaté que le estaba regalando la playa solamente a él. Solo entonces volví; si él no me dejaría volarme los sesos tranquilo, entonces yo tampoco le dejaría hacer lo que fuera que hacía solo. Fuera fantasma, niño, monstruo o lo que fuera. Siempre llevaba el arma conmigo, por si el niño se ausentaba, pero nunca faltaba, y siempre se quedaba más tiempo que yo mismo.
 
-Eres un verdadero dolor en el culo-
-Y tú un maldito mosquito al que no puedo terminar de aplastar-
-Gracias, es una bella analogía-
-De nada-
 
Por supuesto, mi madre se quedó en ese cuarto parlante solo para descubrir, según ella, que Elvis era quien le hablaba por las tardes, excepto en verano, cuando cambiaba por Louis Armstrong y me comentaba las hermosas charlas que mantenían sobre jardinería y manteles cosidos a mano. 
 
La vieja no se moría, el niño no se movía y mi pistola no se utilizaba.
 

miércoles, 15 de agosto de 2012

Celuloide





El ambiente de la convención, las retrocharlas con gente amena, el humo del cigarrillo y las pocas horas de sueño volvieron a picar un poco en mí el hambre de hacer una reseña; y es que no se puede matar el perro que llevamos adentro tan fácil.

Así que como este blog termina siendo un depósito de cadáveres, tiremos uno más con una breve reseña de Días Negros, un conglomerado coqueto que presentó el todavía calentito sello editorial Dead Pop en la pasada Crack Bang Boom.

Soy de aquellas personas a las que les gusta observar en detalle. Primero que nada, la presentación sobria, sencilla pero no por eso carente de una estética ordenada destinada a provocar algo. Me gusta pensar que los autores (editores, diseñadores, ilustradores, guionistas) arman una publicación pensando en todo detalle, en que cada mínimo elemento va a despertar el chispazo nostálgico en la cabeza. Y es así; Días Negros es liviano al tacto pero denso en su contenido, como una estrella enana en cierto sentido. No pesa la lectura ni tampoco la estructura; pesa en cantidad de contenido, en complejidad, en simbolismos.

Los márgenes manchados de negro en las contratapas; los ojos negros de la calavera emblemática de la editorial, la fuente sencilla que parece dibujada con el humo de un cigarrillo. Y es que si tengo que resumir Días Negros en tres o cuatro elementos, diría cigarrillos, lluvia y the cure. O quizás también humo. Sí, el humo es parte importante.

Muchos de los artistas que se estrellan contra el papel me eran desconocidos. Claro, conocía el trabajo de Berliac y Damián Conelly gracias a su destellante Devil Got my Woman, una oda al blues y al sur que parece gustar tanto. Pero aquí, en Días Negros y en la mítica y misteriosa Winchester, la ciudad que nuclea tantos hilos argumentales de tantos personajes, Conelly deja de reseñar hechos reales y se mete de lleno en su propia psique. Es sereno y suave, intrigante y con algunos cadáveres mal sepultados. Pero se puede entrar y salir sin problemas, al momento en que uno se sumerge.

La primera historia, con una ilustración coronándolo todo y los ojos de un personaje que perforan al lector en cada instante de lectura, es el preámbulo perfecto al resto de la obra. Nos menciona sin quererlo elementos que se van a repetir y que van a continuar Días Negros con un ritmo en crescendo que no declina en ningún momento. Una pareja, cigarrillos y frases incompletas que dicen mucho con muy pocas palabras.
Luego te mete un poco más en el mundo negrisáceo de Winchester, con dibujos que recuerdan algo a los años experimentales de Breccia por momentos. Monólogos internos, mecánicos y robóticos, que acompasan cada escena con un martilleo que no frena. Frases que se te clavan en el cerebro por los fantasmas que encierran. "Ellos no tienen sombra", dice en alguna página.

La lluvia corona todo, siempre y en todo momento. Se intuye un pantanal en algún lado, aunque nunca se lo menciona. Se escucha a Nueva Orleans en la música, a pesar de que sea de la mano de los Beach Boys. Se juega con los silencios en los pasos de cada habitación, y las sombras dobles.

Un episodio hermosísimo está coronado por lo incisivo del dibujo, más que nada en las frases depresivas que se transforman en ritual de convocatoria para espectros que quieren vivir más que los vivos. Y como escritor comprendo un poco el "luego, recuérdame". Como escritor y como ser humano.

Peligrosidad. Las vacas se transforman en excusas para mostrar un poco de derrape en una cara que parece tallada a la piedra, y que cae por musas que no buscan irritar la creatividad, sino más bien todo lo contrario.

Una mujer que decide dejarlo todo para meterse de lleno en un solo día, la premisa clásica a la que Conelly le saca un jugo impresionante. También se vislumbran medias sombras, y transformaciones de personajes que transmutan su entorno y se transmutan a sí mismos durante el recorrido de la historia. Lo absurdo de la premisa provoca risa, pero una muerte al amanecer es una imágen tan poéticamente lúgubre, que pocos pueden evocar la mueca con el trazo.

Loris Zigotto, Odyr, Podestá, Berliac, San Juan y Simone. Nada tiene sentido y todo queda orquestado por estos muchachos, junto a las frases enigmáticas y un estilo narrativo que haría retemblar al mismísimo Kubrik, por un motivo muy simple; esta historieta sería lo que haría Hitchcock si hubiese nacido en estas latitudes y por estos años del hampa de la inflación.

Hay una sensación que no me puedo sacar de encima cuando leo Días Negros. Comprenderán; se lee primero deglutiendo, como muerto de hambre, sin importar realmente los detalles. Se relee por detallista, y se vuelve a la lectura ya, ahora sí, por tercera vez, por el placer. Una vez alguien dijo que los libros que son realmente buenos son aquellos a los que volvemos una y otra vez, no por aburrimiento, sino porque siempre se le saca algo nuevo, alguna perlita, alguna esquirla de brillo. Y Días Negros es, ciertamente, un ejemplar que quedará en mi biblioteca para ser tocado con bastante retorno.

La otra sensación que permanece es la de las ganas. Conelly trabaja en un ritmo único, mezclando rapsodias de varios personajes, varias ganas. La misma sensación que me genera la buena poesía, es lo que me genera esta obra. Más que nada, por una razón muy sencilla; Días Negros no cuenta historias completas, cuenta retazos de ellas. Cuenta episodios. Cuenta retratos. Fotografía a Winchester y a su fauna local. Desmiembra sensaciones y sentimentalidades; experiencias sensoriales y sentimentales que quedan atrapadas en una canción, en la lluvia o, simplemente, en el humo del cigarrillo.

Por eso el título. Meterse en Días Negros es como hacer zapping en un cine apoltronado una tarde de domingo lluvioso y gris. Siempre va a dejar con ganas porque el Domingo deja con ganas, la lluvia también. No queremos que la lluvia termine; queremos que continúe, así como queremos que estas historias no terminen, no cesen.

Por eso mismo, espero leer más de Winchester, de sus personajes, de sus idas y vueltas. Espero consumir más de estos muchachos porque, además de trabajar bien, me cagan de gusto.

Los invito a pasearse por su web y acercarse a algún ejemplar, y espero disfruten de la lluvia, las canciones y los cigarrillos tanto como yo. Si es así, esta colección de fotos viejas de una ciudad ficticia los va a cagar de gusto.

http://www.deadpop.com.ar/main/catalogo/dias-negros/

lunes, 6 de agosto de 2012

El Caballo que Hablaba

El teléfono comenzó a sonar cerca de las cuatro y media de la mañana. Estaba acostumbrado a dormir poco e interrumpido por mi trabajo, así que el umbral para despertarme no es demasiado alto. Levanté el receptor y la voz excitada desde el otro lado simplemente dijo:

-Acabo de tener uno, lo tengo grabado. ¿Estás despierto? ¿Puedo ir a tu casa?-
-Claro que estoy despierto- dije, todavía somnoliento -Venite enseguida, no me hagas perder más tiempo-

No vivía lejos de mi casa, así que quince minutos luego estaba tocando el timbre de mi departamento. Le hice pasar; la calle, en cualquier momento histórico y en cualquier lugar, no es un buen lugar para las cuatro y media de la mañana. El aspecto era el mismo de siempre; desordenado, vestido a los apurones, con grandes ojeras, una palidez galopante y una mala afeitada, además de un arrebujo de pelos mal peinados.

-Te juro que esta vez es uno bueno, uno de pura plata te digo- dijo, con la excitación todavía vibrándole en los ojos -¡Era excelente!-
-¿Trajiste el archivo?-
-Claro, lo tengo acá- dijo, sacando una unidad de memoria portátil de un pequeño morral negro que llevaba encima.
-Pasá y hacé un poco de café mientras le echo una mirada-

Entramos. Mi casa era un rejunte de desastres, y mi perro, dormidísimo, apenas cabeceó cuando él entró. Lo miró, lo reconoció y siguió durmiendo, envuelto en sábanas. Libros apilados y miles de unidades de memoria sin usar estaban distribuídas por cada rincón de la habitación, junto a ceniceros y vasos vacíos. Él pasó, dejó su abrigo y su morral y se detuvo junto a la cocina, sin saber muy bien que hacer. Estaba claro que ninguno de los dos sabía muy bien cómo manejar los platos sucios.

Se acercó hasta mí, temblando, mientras yo encendía el centro de edición.

-Te juro que esta idea nos va a dar mucha guita- dijo, con la excitación vibrándole en cada fibra de su cuerpo -¡Te lo juro! No es original, pero casi. Es algo que jamás ví en ningún otro lugar. Es una bomba. A los cosacos de Jerzegeer les va a encantar-
-Ponete a lavar los platos y dejame laburar- dije, dormido y con molestia.

Él se puso a lavar la montaña de utensilios sucios de días; yo, mientras tanto, abrí los programas básicos de edición, y luego encedí el compresor principal para poder echarle un vistazo a lo que fuera que podría haber grabado mi amigo. El último archivo en el que estaba trabajando empezó a reproducirse por automatización, y el equipo de audio, instalado en toda la casa, empezó a sonar. Gemidos y ladridos de perros se entremezclaban, y mi amigo se sobresaltó por la cacofonía repentina. Sin mirarlo, le dije:

-No te preocupés, es mi último trabajo. Un ricachón de Pampanga me está pagando para editarle los sueños al hijo; cree que con pornografía zoofílica va a ganar algún dinero, o escarmentar a su hijo. Pobre tipo-

Mi amigo comenzó a reír, mientras los sonidos se difuminaban en una base cada vez más grave; había entrado en la región en crudo, sin edición, y los microprocesadores de la computadora traducían eso como sonido saturado. Cerré el archivo, apagué el equipo de audio y me puse a analizar por arriba lo que mi amigo me había traído. Le oí colocarse a mi lado, mirando en las pantallas lo que hacía.
Miré los extremos; como siempre, nada más que luces y sombras crudas, sin nada de material. Luego, unas cuantas imágenes fragmentadas; un ojo, un picaporte, un pentagrama. Más tarde lo encontré; imágenes secuenciadas, con esquemas de sonidos y una banda encefalográfica completa. Lo reproduje y comencé a mirarlo. La cara de mi amigo comenzaba a desdibujarse; evidentemente no era lo que recordaba. Las imágenes malformadasse repetían, en un loop casi infinito, lleno de espasmos de luces. La pantalla solo mostraba cómo un trozo de carne de un color amarronado se convulsionaba mientras hablaba hacia atrás. Iba tan rápido que no se podía discernir nada de lo que hacía o decía.

-No me digas que no se grabó, o se grabó mal...- comenzó a decir mi amigo, con evidente nota triste.
-¿Hace cuánto que no editamos juntos?- dije, mirándolo por encima de mi hombro -Esto a veces pasa, especialmente con los modelos viejos. ¿Que Onicrom tenés?-
-El mismo de siempre- dijo, con cierta resignación -El Epson 7600. ¿Porqué?-
-A veces pasa que la secuencia inicial es de alta frecuencia, y la actividad eléctrica del cerebro arruina la grabación- dije, y ante la cara de molestia y tristeza de mi amigo me apresuré a decir -Y se graba al revés. No te preocupes, nada está perdido; está grabado, pero acelerado y al revés. -
La esperanza se dibujó un poco dentro de los ojos de mi amigo.
-¿Podés repararlo...? Quiero decir, ¿editarlo?- dijo, tembloroso.
-Tengo justamente un programa que terminé de componer apenas hace una semana. Es un rejunte de reconocedores de patrones y secuencias. Pero demorará un par de horas: podemos desayunar mientras tanto- dije, mientras dejaba que el cebtri de edición comenzara a trabajar solo.
-Perfecto. Tengo un hambre de locos- dijo, y recién entonces noté que tenía la ropa sucia y estaba más flaco que antes.
-Acá no va a poder ser- le dije, mirando a la heladera -No tengo casi nada. Vamos a la panadería de la esquina, está cerca y podemos hablar tranquilos. Además, debe ser lo único que está abierto a esta hora-


La panadería, a las cinco y cuarto de la mañana, estaba prácticamente desierta. Solamente interrumpía el silencio sepulcral de la mañana un noticiero en el único televisor del lugar y un viejo de ajados dedos que hojeaba un diario local. Nos sentamos cerca de un ventanal enorme, que nos dejaba ver el gris plomizo del invierno con todo detalle, pedimos dos cafés y aguardamos. Mi amigo parecía no querer hablar hasta que el café llegara, lo cual por mí estaba bien. Todavía estaba medio dormido y no sabía bien con qué me iba a salir.
Cuando llegó el café, junto con una abundante dotación de medialunas, mi amigo se avalanzo sobre ellas como todo un pordiosero. En realidad, parecía un pordiosero. Con las luces fluorescentes de la panadería notaba, ahora sí, que las señas de abandono que siempre había tenido se habían acentuado hasta la exageración. Mientras yo mojaba tranquilamente una medialuna en el café y comenzaba a masticar, le pregunté, como para iniciar el diálogo:

-Y, ¿te acordás de lo que soñaste?-
Mi amigo me miró unos instantes, tragó un gran bocado y dijo, no sin dejar de comer:
-No demasiado-
-¿Algo?- pregunté, elevando una ceja.
-Bueno, es sobre un caballo. Un caballo que entra en escena, a veces en blanco y negro y a veces en color, diciendo cosas. Se aparecen personajes históricos, generales y populares, y el caballo les responde cosas graciosas.-
-¿Nada más?- pregunté, honestamente
-Hay más- dijo él, excitado -Es solo que no lo recuerdo. Recuerdo que había más cosas, pero eso es lo principal-
-Un caballo parlante...- dije, riéndome un poco -Eso es casi original-
-Por favor, Guillermo, todos saben que la originalidad ya no existe- dijo, alzándose de hombros -Es solo una buena idea que brotará como urticaria en internet, tendrá su época de fama y luego se hundirá en el olvido. Como todo-
-Si, no tienes que recordarme cómo me gano la vida- dije, tomando un trago de café -Así que un caballo que habla... Bueno, será algo más digno de ver, creería-
-Mejor que lo que vengo soñando hace un par de años, diría- dijo, con cierta resignación -Te lo juro. He intentado absolutamente todo. Drogas, estimulantes y cualquier técnica previas y posteriores al sueño. He gastado un dineral en camas de diferentes formas para ver si influenciaba de alguna manera el contenido de mis sueños. Adquirí toneladas de información; música, enciclopedias, cuadros, libros...-
-¡Libros!- dije, casi escupiendo mi café -¿Todavía existe el mercado de libros? Pensé que se había eliminado hace cinco años, tras la invención del Inyectorbent-
-Está desapareciendo, pero todavía no ha desaparecido. Ni desaparecerá, es como querer eliminar el telégrafo, o esas cosas... siempre habrá museos para los libros - dijo, como señalando algo obvio -Además, leí hace poco que unos científicos en Noruega publicaron un estudio en el que, revelaron, los libros estimulan los sueños más que las influencias por Inyectorbent.-
-¿De veras?- dije, frunciendo el ceño, descreyendo en gran parte lo que me estaba diciendo.
-Pues claro. Decían algo de que la palabra impresa impacta al inconsciente de diferente manera a la palabra electrónica, o a la sinapsis artificial. Y es natural; la información se absorbe de diferente manera-
-Si, suena lógico-
-Igualmente, como te venía diciendo- dijo, gesticulando ampliamente -Estuve muy interesado en cualquier forma de estímulo. Fui a convenciones de Oneiromantes, Oneirógrafos y Oneiristas. Todos están llegando a cierta crisis, excepto algunos otros. Obviamente, siempre se habla de la originalidad, y de las maneras en cómo cada uno se transformó en lo que es hoy día, además de una muestra de trabajo propio. Pero, a grandes rasgos, y desde la invención del Inyectorbent, el laburo decreció muchísimo. Es como que la gente no compra cosas nuevas, y busca en las viejas algo que poder meterse en las venas.-
-Si, eso también lo he vivido- dije, apuntando el hecho -Mucha gente me pide ediciones de fimografías viejas, o bandas sonoras con ilustradores específicos a su elección. Es laburo de última, y todo en formato de Inyectorbent; pero pagan buen dinero. Es toda una nueva era. Los sueños de otros parece que ya no interesan-
-Es ese maldito invento- dijo mi amigo, rascándose la cabeza, nervioso -El Inyectorbent. No sé todavía cómo funciona; intenté leer su funcionamiento por lo menos veinte veces y nunca lo terminé de entender. Pero sé lo que hace; imita la sinapsis durante el sueño en cuanto a sensación y emoción, artificialmente hablando, y te planta directamente en el cerebro lo que quieras-
-Lo entendiste mejor que yo, parece- dije, riendome socarronamente -Por lo que yo sé, es una máquina que crea un fluído específico dedicado a estimular neuroreceptores específicos. De esa manera, podés vivir cualquier sensación o emoción sin moverte de tu silla. Por ejemplo, podés ver grandes obras del cine, que hoy solo se muestran en las escuelas, y elegir si vivirla como protagonista o como un espectador, con todo el lujo de detalles. La sangre te salpica la cara, literalmente-
-Ahora entiendo porqué la Niña Muerta de Monroe tuvo tanto éxito el verano pasado- dijo mi amigo, riendo con una sonrisa para nada sana -¿Cuántos pedófilos o necrófilos habrán pagado para poder jugar con una nena muerta en una silla?-
-Sin embargo, dicen que es mejor purgar esas pasiones por Inyectorbent que en la vida real- dije, encogiendo los hombros -Siempre va a ser mejor un acto de ese calibre en la fantasía que en la realidad-
-Si, no sé- dijo mi amigo, tomando un amplio sorbo de café -El arte y el entretenimiento murieron hace mucho. Y ahora está muriendo el arte onírico... no sé qué pasará con nosotros-
-Por favor- dije, apuntándolo -Cuando se crearon los Omicromes, todos los cines cerraron. Nadie quería ver una película cuando podía grabar su propia película, con su propio sueño, editarla y verla más tarde. ¡Era estúpido! La industria cinematográfica intentó sobrevivir vendiendo cartuchos en ese formato, pero no vendieron una mierda y tuvieron que donar los derechos a los patrimonios de la humanidad. Era obvio; ¿para qué volver a ver Casablanca, soñada por un oneiromante, si podías soñarla con el final que vos querías?-
-Si, eso es cierto- dijo mi amigo -Pero recién después de un buen tiempo tuvimos cabida nosotros. Fue cuando cambiaron el formato y se adaptaron a las computadoras, además de dejar de usar esos cartuchos tan toscos que usaban antes. Cuando los equipos fueron lo suficientemente adaptables y abiertos para todos, se empezaron a proyectar y a vender sueños abiertos, nuevos, de otra gente. La gente estaba cansada de soñar siempre lo mismo; quería ver la cabeza de otra gente. Ahí se empezó a mezclar todo; cine, música, arte pictórico, escultura, teatro... todo, en esas hermosas convenciones que no volvieron jamás. Algunos se hicieron la gran guita-
-Claro, como Monroe, De Gaules, Zimmerman. Vos y un puñado de argentinos también, como Deretti-
-Por favor, no me comparés con Deretti- dijo, con un ademán -Él es un puto genio. Yo apenas le llego a los talones-
-¿Pero ganaste o no ganaste tus buenos pesos con eso?- le dije
-Si, es cierto- dijo, riéndose -Pero eso es por haber sido un hijo de puta oportunista, no por genio-
-Bueno, lo que sea. Se hicieron su buena plata, y ahora que se creó el Inyectorbent, se vuelve a la época de recién salidos. La gente necesita recluírse y sentir las cosas que quiere. Ustedes van a terminar como los cineastas; reciclados en editores, publicistas, maquetadores... o cualquier otra cosa-
-Dale, como si vos hubieses sido un Director de cine antes...-
-No, era diseñador gráfico- dije, feliz, recordando otras épocas -Pero los Omicromes cambiaron toda la manera de trabajar. Siempre había laburo, pero cambiaba muy rápido.-
-Bueno, igual quedate tranquilo- me dijo mi amigo, palmeándome la mano -Este caballo que habla nos va a dar mucha plata. Che, ¿vamos a tu departamento? ¿Ya habrá terminado?-
-Si, dale, así me puedo tirar a dormir un rato más. Pedí la cuenta-


Llegamos a casa, y mi amigo se abalanzó sobre la pantalla. Encendí el equipo de audio; debo confesar que estaba un poco curioso por saber qué diablos decía aquel caballo que hablaba. Al final, luego de unos ajustes en los programas de ediciones, pudimos sentarnos a verlo. Estaba muy crudo todavía, pero se lo podía ver: un caballo coloreado junto a un hombre vestido de época (1950 o 60, más o menos), hablando. Había una música muy bella de fondo y el hombre y el caballo sostenían un diálogo en inglés. Una frase específica me gustó mucho, una que particularmente decía el caballo:

"You should never have told me horses sleep standing up, it gave me a mental block."

-Es excelente- dije, sonriéndome. Realmente no se veía ese material por esos días.
-Te dije, te dije- dijo mi amigo, sonriéndose -Este bendito caballo me va a hacer ganar toda la plata que hace años no gano-
-Bueno, hagamos algo- dije, ya cansado -A esto lo tengo que editar. Ponele que va a demorar un mes; hablalo con tu agente y con tu muchacho de prensa, y lo laburamos en la semana, ¿dale?-
-Buenísimo- dijo mi amigo, abrazándome -Menos mal que todavía te tengo a vos-
-Dejá de romper las bolas y andá a tu casa- le dije, riéndome -Que quiero dormir un poco-



La idea daba para bastante, y ya se habían hecho las campañas publicitarias para la fecha de inauguración cuando, una semana antes, recibí la llamada. Era mi amigo que, en el tono más fatigado posible, me dijo:

-Hay que pensarla muy bien, Guillermo, porque la podemos cagar bien cagada-
-¿Qué te pasó?- le pregunté, en genuina duda.
-Es mi agente- dijo, en voz frustrada -Me dijo que eso mismo ya se hizo, y nos pueden acusar de plagio. Una serie de mierda del año del pedo que se llamaba Mister Ed. Si lo disfrazamos y le cambiamos diálogos, puede funcionar. Si no funciona, terminamos cagándonos la reputación los dos-
Me quedé un rato en silencio, con el teléfono en el oído.
-Sos un pelotudo, pero un pelotudo original- le dije -Te termino el trabajo, pero que mi nombre no aparezca-

Accedió, dándome las mil y un gracias. Al mes de la fecha de lanzamiento recibí un sobre anónimo con la paga, y , aproximadamente a los siete meses, mi amigo comenzaba una larga serie de juicios por plagio delante de tribunales internacionales.

Es que uno no le robaba a los patrimonios de la humanidad y salía impune.