martes, 16 de octubre de 2012

Ragnarök, o Cómo perder un Mundo

A continuación, un extracto de 'Las Leyendas del Humo', primera parte de una trilogía en la que vengo trabajando desde hace un tiempo. Esta escena suelta, cuyo título es solamente una alegoría, es parte de uno de sus capítulos, y he de confesar que la escena suelta venía aleteando en mi cabeza desde hace bastante tiempo.



Rashmir detuvo su caballo sobre la loma, para mirar un poco más de lejos el trabajo que estaban terminando sus hombres. Los estandartes rojizos, con el emblema bermellón-terroso del Reino, flameaban en el viento nocturno. La batalla se había desencadenado hacía unas horas, durante el atardecer, pero ya terminaba en una apabullante victoria del ejército real. Rashmir resopló a coro con su caballo y dejó que el viento fresco de noche le acariciara los cabellos.

A pesar de ser un hombre jóven, el General Hemm confiaba en él con ciega desesperación, y no sin motivo; durante quince años, desde muy pequeño, había sido el mejor manejando espadas forjadas dentro de la Academia Capital, además de haberse transformado en el discípulo favorito del legendario Ulanov, el héroe semítico que había fallecido hace unos cuantos años. El General Hemm era una persona que nunca le había gustado demasiado a Rashmir; regordete, marcial, tenaz y siniestro en sus órdenes, era un cruel estrataga de la razón. Su única habilidad era la técnica estratégica y siniestra que funcionaba en su cabeza todo el tiempo. Como piezas de un ajedrez maquiavélico, manejaba a sus lacayos como sus herramientas. No era un hombre de guerra; él era la guerra. La guerra cruel, asquerosa y crepitante que ahora tenía delante.

No era que tuviera mucha opción. Habiendo liderado expediciones de caza de Manotantes, cazado a cada rebelde o anarquista que se le hubiera cruzado en el camino y haber sido durante cinco años el líder militar del frente norte le había forjado cierta reputación. No era porque los Oostamos del norte no fuesen frágiles, o ligeros; eran un pueblo bravísimo al que había que tomar con antelación y con precaución. Y precisamente el haber dirigido todos los ataques de manera personal, a la cabeza de la vanguardia de sus divisiones, era lo que le había dado la fama y la reputación que ahora lo destinaban al General Hemm. Ulanov, su maestro, era un hombre que le había enseñado a estar en permanente comunión con su acero. Que un hombre de verdad, un espadachín, debía forjar su propia espada y jamás rehuír la oportunidad de blandirla por los Dioses y los Reyes. Que la palabra era lo más valioso que tenía un hombre, que el acero era todo lo que se llevaría a la tumba.

Así, cuando los levantamientos comenzaron en el Este, Hemm le envió a él a acallar la rebelión. No era sencillo; las trece tribus del desierto eran gente también violenta, nómade y de porte sereno al matar y al morir. Una sola tribu habría sido un problema menor, pero las trece tribus aunadas bajo una sola bandera eran una cuestión que debía ser tratada lo más rápido posible. El Rey manejaba las cosas cada vez de manera más histérica y problemática, así que era de esperarse que los pueblos que le servían, sojuzgados a la vez, intentaran hacerse con su independencia, ese cuento de hadas que siempre le narraban a todos los niños nacidos dentro de los límites del Reino.

Uno de sus hombres, Chaskir, había oteado el horizonte, y se habían encontrado con un pequeño fuerte emplazado dentro de los límites internos del desierto. Uno de los Capitanes, Ambul, había unido sus fuerzas a los locales, probablemente por estar cansado de estar destinado a vigilar a los bárbaros de las tribus durante veintisiete años. Había sido un error imperdonable; la falla ante el juramento del Rey era castigada con la muerte. Rashmir y sus hombres habían cabalgado con el sol en las espaldas y habían dado muerte a la gran mayoría de los que conformaban la división de Ambul; sus hombres, sus siervos y un puñado de bárbaros que probablemente se encontraran allí de casualidad. Ahora sus soldados terminaban el trabajo, quemando la nimia fortaleza y violando a algunas mujeres, pago justo por una semana de tragar polvo en busca de rebeledes.

Pero a Rashmir ese trabajo no le gustaba para nada. Una cosa había sido cabalgar contra una formación militar, de hombres que estaban entrenados para la guerra; otra muy diferente era matar siervos, cuya única tarea en este mundo había sido el deber a su Señor, y pagaban con su sangre y su carne el error de lealtad de un hombre muy cansado del desierto. Era una tarea que debía hacerse, pero a Rashmir no le gustaba para nada. Por eso oteaba el horizonte nocturno, en la majestuosidad del desierto estrellado, dejando que sus largos cabellos ondearan apenas con la brisa llena de polvo. Pronto la luna, gélida, brillaría en todo su esplendor y sería tiempo de abrigarse. 

Un bulto llamó su atención, pues lo venía viendo desde hacía tiempo; había salido de una choza en llamas, lentamente, y se había aproximado a la loma sin demasiado apuro. A cuatro patas a veces, arrastrándose otras. Pensó que era un malherido que buscaría un lugar tranquilo donde morir; pero tardaba demasiado en dejar de moverse y se aproximaba de a poco hacia donde él estaba. Cuando se hubo detenido del todo, vio el gesto de arrodillarse y mirar a todo el campamento, ahora iluminado por el fuego, con los gritos de hombres y mujeres coronándolo como un regalo macabro que algún Dios olvidado le diera a aquella gente.

No pudo más que acercarse para que sus ojos vislumbraran a un anciano, quizás un hombre de unos ochenta años, de poco cabello cano con los ojos llenos de lágrimas. No estaba herido, pero los viejos no interesan a soldados ebrios de victoria que solo buscan carne que degustar y riquezas que saquear. Miraba el campamento con los mismos ojos que un padre usa para ver un hijo muerto.

-Quédate tranquilo, viejo- dijo Rashmir desde su caballo -Todo ha terminado. Serás libre si así lo deseas- 

El viejo apenas levantó la mirada. Miró vagamente al soldado que estaba sobre el caballo y luego volvió a contemplar la masacre del campamento. Cerró los ojos para dejar correr una lágrima por su ajado rostro. Rashmir notó que llevaba el uniforme ocre de los esclavos, así que volví a increparlo.

-Nadie te molestará, viejo. Eres libre. Tus amos ya no controlarán tu vida. Nadie podrá molestarte-
-No entiendes, ¿Verdad?- dijo el viejo, con una voz curiosamente clara para alguien de su edad -Mis amos han perecido. Todo por lo que trabajé toda mi vida ha sido reducido a cenizas. Mis compañeros, los hermanos del servicio, los niños de los amos a los que enseñaba los cantares de Kem... Nada sobrevivirá esta noche-
Rashmir sintió un nudo en la garganta ante las palabras del viejo, pero no exteriorizó su tensión.
-Un hombre siempre puede ser útil. Un hombre siempre puede aprender. Tu vida no muere con ellos, viejo-
-No, pero mi mundo si- dijo el viejo, aún encogido en sacra humildad -Mi mundo eran ellos. Nunca viajé ni me importó nada más allá del desierto. Ellos eran mi mundo. Tu mundo es un mundo vasto y grande, guerrero, y lo comprendo; eres un hombre adaptable porque tu vida así lo requiere. Diferentes climas, diferentes mujeres, diferentes idiomas. Un hombre que construye su mundo de mutabilidad no pierde nada cuando algo así sucede. Un hombre como yo, en cambio, que nació y morirá en el desierto, no puede sobrevivir a una noche como ésta-
-No seas tan férreo en tus pensamientos, viejo- dijo el guerrero, ya molesto con la autocompasión del viejo -Puedes llorar a tus muertos y tener tus rituales. Puedes continuar deambulando estas ruinas, como un fantasma más del polvo, o puedes viajar. Puedes conocer eso que nunca conociste, y aprender lo que sea necesario. Dime, ¿eras instructor? -
-Maestro- dijo el viejo -Era Maestro. Ahora no sé lo que soy-
-Todo muere y todo se pudre, viejo. Todos nosotros nos pudriremos en algún momento y el mundo seguirá existiendo. Comprendo tu agonía: existir en un mundo que permanece, sabiendo que algún día nos iremos, es triste. Puede suscitar melancolía y puede provocarte malestar. Pero la única ley que es inflexible y nos rige a todos es la realidad. Un hombre solo puede forjar su propio destino. No puede forjar el de otros o el del mundo en el que habita. Pero puede construír su propio mundo, donde la realidad no sea tan dura como aparenta-
El viejo lo miró con ojos lagrimeantes durante un tiempo antes de contestar.
-Palabras tan profundas jamás había oído de un guerrero en mucho tiempo-
-He tenido buenos Maestros- dijo Rashmir, con una media sonrisa en el rostro.
-Existe un ritual entre nosotros- dijo el viejo, recordando -Es el ritual de la antorcha. Cuando un Maestro inicia a otro Maestro, se debe quemar una parte del cuerpo para que el adepto conozca que la marca del fuego, la marca de Kem. Luego, el Maestro que realiza el ritual debe retirarse hacia Soonith, la Cordillera de las Brujas. Ellas son las que introducen a los Maestros al otro mundo.-
-Bella manera de terminar sus días- dijo Rashmir, animándole 
-Formar un Maestro lleva mucho tiempo- dijo el viejo.
-Quizás los Dioses te estén diciendo que no debías formar a los que estabas formando. Quizás te estén indicando una dirección, algún Maestro que deberás conocer más adelante-
-No tengo recuerdos de que los designios de Kem fueran tan siniestros-
-Pero Kem tampoco es un Dios bueno-
-Kem no es un Dios- dijo el viejo, haciendo un ademán con la mano -Es lo que nos da la vida, nada más. Le honramos porque le debemos mucho; pero no es un Dios-
-Y sin embargo controla sus vidas-
-Un poco sí, un poco no. Dime guerrero, ¿Acaso ustedes controlan nuestras vidas ahora? Has dicho que un hombre solo puede forjar su propio destino, y que no debería agotarse en calidad de buscar algo que no va a conseguir. ¿Como cuadra esto en la vida de un hombre que responde ante un Rey?-
-El hombre es rey de sí mismo y nada más- dijo Rashmir, masticando un poco de hierba de su provisión -Ese hombre sentado en el trono en la Ciudad Capital es solo alguien ante quien he jurado. Lo más importante y sagrado que tiene un hombre para darle al mundo es su palabra-
-Nunca he dado mi palabra por nada-
-Y sin embargo, me hablas de rituales, me hablas de transición y de mundos que ya no existen. Ahí existe compromiso-
-Entonces, ¿Habitar un mundo es comprometerse?¿Existir en un mundo es comprometerse?-
Rashmir se quedó en silencio. El viejo se arrodilló y continuó:
-Nosotros, la gente del desierto, hablamos con las rocas. Solo se puede hablar con los peñascos y con el polvo, con el viento y el frío de la noche tras mucho andar por el desierto. La soledad en el desierto puede ser algo que te quiebre o algo que te forje. La gente que ha sobrevivido al desierto y elige vivir en el desierto es gente que ha forjado un mundo de la nada, guerrero- dijo, y volvió a mirar el campamento -Por eso es que duele tanto. Por eso es que nos aplasta esto. Hemos luchado contra la soledad y contra la violencia del mundo que nos rodea todos los días de nuestra vida. Y, cuando el desierto es lo suficientemente grande, tu único mundo radica en las personas. La gente con la que te relacionas, la gente a la que le debes algo muy básico; le debes que esté ahí. En cierta manera, es como deberle honor a Kem. Ellos nos nutren, están ahí siempre para nosotros; sea para lo que sea. Todo, cualquier cosa; en el desierto amamos y somos devotos de la existencia, no del vacío, porque el mismo desierto es vacío-

Rashmir amedrentó su caballo, que se había comenzado a poner nervioso por los derrumbes de chozas en cenizas que se estaban dando allí debajo.
-No existe nada ahora. Han aniquilado mi mundo, y es por eso que debo volver a enfrentarme al vacío del desierto. Lo he hecho toda mi vida, pero es mucho más fácil pelear contra la adversidad acompañado que solo. Ya estoy muy viejo para esto-
-Siempre puedes salir del desierto, viejo- dijo Rashmir, con un tono de voz más marcado -El mundo es vasto, amplio y hermoso. Deberías viajar y ver las costas del Este, en Dever; o cazar lobos en el sur, entre los bosques de Negradera. Quizás ver la Ciudad Capital-

El viejo entonces se sonrió un poco, secándose las lágrimas.

-Mi joven guerrero- musito entonces -El desierto del que hablo no es éste. El desierto del que hablo es nuestra vida. Toda nuestra vida es un desierto contra el que peleamos. Y al final de mi vida, estoy más convencido todavía; lo único que buscamos en el desierto es el orígen del susurro del viento, la voz que canta. Otros seres humanos con los que construír-

Rashmir desistió de animar al viejo. Con esa actitud y ese férreo código de vida, era prácticamente imposible hacerle entender al viejo que su vida no estaba tan sujeta, tan limitada al vacío, como él decía. El viejo, entretanto, comenzó a marcharse hacia los páramos polvorientos del oeste. 

No lo interrumpió. La luna iluminaba la escena del viejo Maestro yéndose, obviamente, hacia Soonith, mientras sus hombres se iban acercando a él de a grupos, esperando sus órdenes como los fieles sabuesos que eran.