lunes, 29 de julio de 2013

¿Cómo se usan los Libros?




Comenzaré este retazo reclamando un manifiesto consumista:

"Un espectro se ha posesionado del mundo: el espectro del consumismo. Ciento sesenta y cinco años después, en el mismo Londres donde Marx y Engels escribieron El manifiesto comunista, un hombre cuarentón sentado sobre una silla plegable gritaba, con una sonrisa espléndida, su versión del manifiesto consumista ante las cámaras de televisión: “Apple rocks, Apple rocks” (“Apple es el mejor, Apple es el mejor”)." - por Álvaro Santana Acuña, Fuente: link

Dicho sea eso, y abierta la convocatoria a que, justamente, tengamos al alcance de nuestra mano gracias a la invisibilidad con que se manejan las dinastías, los imperios y las plagas todo-terreno, cualquier objeto "de uso común". Estamos totalmente acostumbrados al consumismo y eso es algo innegable; de ahí deviene la reflexión inherente a que todo objeto próximo a nosotros (o que orbita nuestra rutina) está plagada de un uso implícito. Algo así como la formalidad aristotélica, solo que con un set un poco más simplón de premisas.

Ahora bien, existen muchos objetos que se han resistido al paso del tiempo, el progreso o cualquier noción que se le quiera poner encima; objetos que antes de consumirse, son en el sentido básico del ser que podría rastrearse a cualquier formalista alemán. Objetos tales que no tienen un set de instrucciones, o si las tienen, se transforman en algo difuso, diferente de los hijos de la post-modernidad, donde la especificidad y la ruina de lo poco preciso quedan sepultadas ante depiladores de vello capilar nasal y helado para celíacos.

Puede pasar desapercibido a la primera mirada, pero todos estos objetos, no solo remarcables por su antigüedad sino también por un factor que los transforma en imprescindibles, están presentes en mayor o menor medida en la vida cotidiana de cada uno de nosotros. Ahora me gustaría hacer foco en el núcleo del texto, esto es, los libros. Cualquier lector avezado puede empezar a traducirlo desde el lado poético; que los libros encierran las almas de sus autores, que son una ventana a cualquier otro sitio en el que no se está, que conservan la mejor manera de entretenimiento o un largo etcétera. Pero esta disyuntiva entre el libro y su uso (si es que existe) surge ante mí tras un planteo simple e inclusive pelotudo (aunque suelen ser éstos los planteos que nos hacen cambiar un hábito o una vida): ¿Cuándo está realmente usado un libro?

Francamente, en mis casi veinte años de lector, puedo decir sin lugar a dudas que gran parte de mis lecturas han sido de textos usados, tanto libros como revistas, panfletos o cualquier otra cosa física que tuviera oraciones encima. Uno de los hábitos que cualquier bibliófilo sabrá cultivar es la búsqueda de las Librerías de usados, las montañas de saldos con ediciones ilegibles de autores intragables (probablemente como quien suscribe), siempre en búsqueda de ese clásico que reedito Sudamericana pero que está carísimo o, en el caso de los más aventurados, aquel incunable, esa edición única que leyó alguna vez y no pudo volver a conseguir o del que ha oído hablar.

Sin embargo, recorriendo esos locales (en donde el olor a libro viejo lo plaga todo, siempre hay música baja de fondo y probablemente se adivine un gato en algún lugar) es que cabe preguntarse, cabe inquirirse respecto al carácter utilicio de los libros.

¿Qué determina el uso de un objeto, sobre todo cuando éste no es descartable? La literatura descartable es otro tema que me gustaría abordar en otro momento, pero volvamos de una vez; ¿Qué define el uso, o qué le da el carácter de usado a algo?

Podemos enumerar múltiples cosas; ya sean marcas personales, desgaste por (jocosamente) el uso del objeto, la falta de una parte importante, el agregado de algo que no debería estar ahí.

Sin embargo, lo que en un martillo sí importa, en un libro puede llegar a ser considerado aparte. Dejando la poesía de lado y el aspecto estilístico de nuestras propias vidas como lectores, es en los libros donde la palabra "uso" se aja, se arruga y se plurifica a tantos estados como lectores son posibles. Poe decía que buscaba libros con amplios márgenes, para poder escribirles. El cazador de libros usados probablemente se haya topado con alguno de éstos, pero yo francamente, si cuento veinte en todos los años que llevo recorriendo librerías, creo que exagero.

Desterremos, asimismo, al bibliómano coleccionista; aquel que hace del libro un objeto de culto y pretende sobrevivir a pura fuerza del sentimiento de posesión sobre una obra inédita puede ir encargando el cajón. Así como los libros circulan y cada lector guarda cierto grado de recelo sobre su colección privada, así mismo es como la palabra está destinada a rodar, a transmitirse, a enamorarse de otro. La palabra impresa existe sólo para ser leída; en tanto y en cuanto permanezca guardada bajo siete llaves se ha transformado en un objeto de colección, como lo sería una estatua de un escultor muerto o un juego de ajedrez tallado por un hombre sin manos, y pierde su verdadero carácter de libro. Es por esto que (tristemente) no me cabe la menor duda de que existen en el mundo bibliotecas que son verdaderos cementerios, a los que solo le faltan flores para asemejarse a la cripta, cuando una verdadera biblioteca debería tener el movimiento de una metrópolis.

Pero me voy del punto. La síntesis, de vuelta, del uso del libro va por otro lado. ¿Cuándo se puede considerar a un libro "usado"? Mientras el soporte se desgasta gradualmente (todo libro está condenado inevitablemente a transformarse en polvo, tarde o temprano), la acción del ser humano es, a grandes rasgos, muy breve en tanto y en cuanto hay otros agentes abrasivos para ese delicado material, el papel. La luz fluorescente, por ejemplo, que se utiliza en demasía hoy día gracias a las políticas ambientales del bajo consumo (otra vez), desgarra y quiebra mucho más la estructura de la fibra de papel que la acción desolladora que pudiera tener la grasitud de la epidermis humana.

¿El arco está vencido, está descolado, se le están saliendo hojas? Nada que una encuadernada nueva y una buena prensa no arreglen. ¿Tiene hojas de más o de menos, algunas están un poco magulladas? Bueno, ésto es más complicado... pero nuevamente, acrecientan el ímpetu del verdadero lector, el sujeto al que me vengo refiriendo. Un verdadero lector solventará la falta de páginas usando el puente que su imaginación le permita, o se extasiará con páginas de más donde hallará alternativas para su deleite. Inclusive de materiales arruinados puede sonsacarse una respuesta.

Cuando era muy chico encontré las revistas Humor de mi viejo. La gran mayoría (desconozco por qué) estaban rayadas con birome, o les faltaban hojas, o tenían algunas secciones realmente destruídas. Con mis pocos años no podía entender muy bien qué estaba leyendo, pero lo que sí leía (porque los artículos largos me cagaban aburriendo), de encontrarse averiado, era sorteado. La avería era un obstáculo que mi imaginación debía superar, siempre. Ni que hablar cuando encontré una Fierro, una sola, aislada de cualquier continuidad de lectura, y me hallé ante la pena de no solo no comprender en toda su dimensión las historias, sino también de no saber cómo esas narraciones concluían. Mi cerebro de niño obró su magia, y dibujé junto a mi hermana, además de escribir, los posibles finales, los personajes que faltaban, lo que verdaderamente el "héroe" buscaba.

¿El uso de un libro puede dimensionarse, entonces, por su desgaste físico? Ciertamente no. ¿Pueden considerarse mis herejías de pendejo al alterar el contenido de los libros para mi propio deleite un uso, también, del libro? Tampoco, porque eso ya pasaba al terreno de la ficción de fans que, generalmente, es el punto de partida de la gran mayoría de los creativos. ¿Es acaso un libro que ha pasado por más manos más usado que otros? Tampoco, pues existen lectores que pasan como fantasmas o golondrinas por sobre las lecturas y los hay quienes, como yo de pendejo, se apropian del material y de todo lo que contiene de una manera por demás grosera.

Entonces, ¿Qué es lo que define el uso de un libro? Francamente no lo sé. Creo que los libreros de librerías usadas utilizan esa terminología por no contar en nuestro léxico (ni en ninguno de la tierra) un buen verbo para definir lo que se hace con un libro. Porque, precisamente, ésa es la pregunta: ¿Qué es lo que hacemos con un libro?

Es una de las tantas preguntas incontestables que surgirán a lo largo del devaneo del Tintero. Más que nada porque, además de existir diferentes lectores, también existen o concurren en la conformación de un libro múltiples universos (o multiversos, si me permiten el guiño francamente idiota) que no todos barajamos, o que se barajan de a poco. Con cada vida de cada libro, con cada recorrido; con cada actor que colaboró para que ese libro tuviera cuerpo físico. Con cada lector y con cada herencia, además de la multiplicidad de ovillos que se hilvanan alrededor de ellos.

Probablemente, el libro sea comparable a un lugar, donde todos estos elementos y más concurren en busca de cualquier cosa. Y, mi querido temeroso de la Nicotina, uno no usa los lugares. Los lugares nos usan a nosotros.

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