domingo, 11 de agosto de 2013

Diario de un Hombre Ajeno: Reseña de Diario, un año de historietas, de Loris Z.

Cada tanto el Tintero vuelve a reseñar. Quizás porque me haya quedado el fantasma de un fanzine que nunca terminó de formarse, octomesino en la cabeza de sus creadores; o capaz por el simple gusto de dedicar un breve y humilde análisis de un servidor a obras que merecen unos minutos para dedicarles un par de palabras. En este caso, y retomando casi un año de inactividad en el blog en lo que respecta a reseñas, le toca a "Diario: un año en historietas", por Loris Z.


Arranquemos haciendo un alto importante para el que desconozca al autor. No diré lo que siempre se dice, se lee o se escucha de él; diré, sí, que es historietista, que trabaja y vive en Buenos Aires, que es pelado y tiene un acento genial. Diré además que tiene un bonito blog que mantiene actualizado y usted puede visitar aquí y que es uno de esos personajes que, a la manera de Popeye, se topa siempre con uno u otro pozo que logra superar a fuerza de historietas, que vendrían a ser sus espinacas.

No en vano comienzo la reseña con una presentación del autor. Cuando el título del libro dice "Diario, un año de historietas" no es joda; es literalmente ésto. En la introducción (y para pactar una complicidad entre lector y autor), Loris nos explica que, al comenzar este proyecto, se autoimpuso tres reglas: 1- Que cada historieta tenía que tener cuatro viñetas 2- Que cada día había que hacer una historieta 3- Que cada historieta tenía que ser realizada en una hora. Por lo tanto lo que se puede ver en esta obra (literalmente) es eso: un año achacando con las premisas cual herrero golpeando un hierro caliente. De la forja de Loris salió este libro que, además de olor a forja, huele a premisa respetada y, sobre todo, a deuda saldada.

No voy a hacerles perder el tiempo para que se enteren de detalles que están en el propio libro; cuenta con un muy buen prólogo de Leonardo Oyola y, además, el monstruo se desenvuelve muy bien solo. Ahora bien; vamos a lo que nos compete y, sabiendo de qué va la cosa, adentrémonos en las fauces del bodoque.

Diario tiene varias claves que suenan en consonancia. La primera clave es comprender o beber del dibujo de Loris, un dibujo que puede resultar, a simple vista, sencillo o engañoso; sin embargo como el artista que es nos adentra en un universo muy suyo sin tener que marearnos en entreveros estúpidos. Muchos dibujantes (sobre todo principiantes) fallan en ésto: la complejidad o el virtuosismo del dibujo por sobre lo que se está narrando. El dibujo de Loris, en cambio, es un verdadero músico de Jazz; muta, cumpliendo el papel que tiene que cumplir en el momento en que tiene que cumplirlo. Cuando debe ser sencillo o estar de manera puntual, lo está; otras veces nos engaña y nos hace ver figuras que no son, y que terminan causándonos la misma gracia que si hubiesen estado ahí desde un principio. Por eso recalco que, además de un buen dibujo, esta historieta cuenta con un dibujo acorde a lo que se narra; acompaña e ilustra en todo el sentido de la palabra lo que Loris nos muestra.

La otra clave que suena en consonancia es, precisamente, lo que nos narra. Contar la vida de uno mismo desde el medio que conoce generalmente causa muchas impresiones fugaces en los primeros segundos; que se linda en la autobiografía, que no se puede versar en demasiadas cosas, que los temas a tratar eventualmente se agotan y un plural de boludeces que se me pueden venir a la cabeza (o a usted, lector) como excusas. Loris nos pega el cachetazo y nos hace contemplar, sin ninguna soberbia ni tampoco en humildad, su vida, una vida como la que tenemos todos y a la vez, una vida particular. Porque la despoja de la rutina (que sin embargo está ahí), le planta el mundo interno fantástico que todos llevamos dentro (que nos esforzamos en asfixiar) y nos cuenta, como quien charla con amigos entre café y cigarrillos, cosas que le han pasado, le pasaron y probablemente le pasen.

Hay varios pivotes más que giran en este rompecabezas bien armado que es Diario. Uno de ellos, el no dejar al fruto de la mente de lado en caso de tener que contar tu propia vida; otro, que los astronautas tranquilamente pueden ser dinosaurios; uno más, que existen guionistas, dibujantes, directores (artistas al fin y al cabo) que pasan de largo en los ojos de los demás, y él rescata para que puedas volver a verlo o verlo por primera vez. Tiene algo de documental, porque tampoco es autobiografía ni siquiera, asimismo, un diario; este libro es algo más, porque nos mezcla el devenir normal del cansancio del trabajo, más los entreveros sociales (familiares, amorosos, amistosos) en que todos nos vemos inmersos, más la escena desaparecida o la frase que resuena en tu cabeza después de leída, más los videojuegos, más los dinosaurios, más Shame on you, boy, más uno que otro garrón, más la tinta, más las anécdotas, más, más, más...

Cuando llegás a la mitad de Diario no querés que termine. No porque lo que se cuente sea realmente excepcional, sino porque Loris ha logrado extraer el secreto del buen narrador; te mete en la historia, te hace pasar, te ofrece café o cerveza y te invita a que te quedes. Es, justamente, el aire que tiene este libro; el aire a living de un amigo, a bar de noche, a remolonear en la cama los domingos a la mañana (y tener que salir cagando cuando es necesario hacerlo).

Por último, agregaré que este libro tiene una perla más, que quizás pueda resultar idiota pero en lo personal vale, y mucho. Loris hizo un muy buen trabajo con este libro porque nos exhibe una dualidad; descarna el mito del artista y el historietista (que para el lector llano y raso siempre existirá, además de ser fomentado por la cultura de masas) sin que eso arranque el hombre de sí mismo. Básicamente, Loris nos muestra que hacer historietas es una elección consciente, o que los historietistas también se enferman, se cansan, juegan videojuegos o se alegran cuando reciben "ese" correo. Y rescata, justamente, el gesto de seguir tronando y cargando contra lo que sea que se le ponga adelante con tal de continuar creando y re-creando este arte, el de la historieta, que es su medio de vida y su verdadero trabajo. Nos demuestra, entre otras tantas cosas, que crear y re-crear es posible aunque un orzuelo extra-dimensional se posesione de tu ojo; y que vas a hacer cualquier cosa con tal de sobrepasar ese bodoque -ese lomo de burro que te jode el camino- con tal de poder seguir haciendo eso que te hace a vos.

Muchachos, me despido dando como siempre la advertencia de alejarse de la Nicotina y otorgándole a este libro un 6.9 en la escala de Richter. Recomiendo este monstruo, sobre todo, a jóvenes creadores que necesiten (o crean necesitar) un cachetazo o un buen empujón. Y a los que no, también; después de todo este libro es amigable y cálido, un lugar que cualquiera de nosotros necesita.

Envidio enteramente el gorro de fantasma de Pacman,

Black V

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